top
Palestine
Palestine
Indybay
Indybay
Indybay
Regions
Indybay Regions North Coast Central Valley North Bay East Bay South Bay San Francisco Peninsula Santa Cruz IMC - Independent Media Center for the Monterey Bay Area North Coast Central Valley North Bay East Bay South Bay San Francisco Peninsula Santa Cruz IMC - Independent Media Center for the Monterey Bay Area California United States International Americas Haiti Iraq Palestine Afghanistan
Topics
Newswire
Features
From the Open-Publishing Calendar
From the Open-Publishing Newswire
Indybay Feature

JENIN. TERRIBLE EVIDENCIA DE UN CRIMEN DE GUERRA ISRAELI

by Phil Reeves
En Jenin, Israel practicó una limpieza etnica y destruyó toda documentación administrfativa.
El apoyo de los EEUU A iSRAEL ES HUMANAMENTE VERGONZOSO


Título original: Amid the Ruins of Jenin The Grisly Evidence of a War Crime

Autor: Phil Reeves

Origen: The Independent, 16 de abril de 2002

Traducido por Francisco González y revisado por Germán Leyens





Entre las ruinas de Yenín: la terrible evidencia de un crimen de guerra
Phil Reeves
Yenín. Un monstruoso crimen de guerra que Israel ha intentado ocultar durante dos semanas ha sido por fin puesto al descubierto. Sus tropas han arrasado el centro del campo de refugiados de Yenín, adonde llegó ayer el diario The Independent y donde miles de personas están todavía viviendo entre las ruinas.

Un área residencial de unos 130.000 metros cuadrados, de aproximadamente 800 m de ancho, ha sido completamente demolida. Las excavadoras han amontonado escombros en pilas de hasta 10 metros de altura. El aire está impregnado del olor empalagoso y horrendo de la putrefacción de cadáveres, prueba de que estamos en una tumba humana. Los habitantes que pasaron varios días escondidos en sótanos --apretujados unos contra otros mientras explotaban las bombas-- dicen que hay cientos de cadáveres enterrados bajo un campo de escombros entrecruzado por las huellas de los tanques.

En un edificio cercano, medio destruido y quemado, yace cubierto por una manta de tartán el cuerpo de un hombre arrojado allí por una explosión. En otro encontramos los restos de Ashraf Abu Hejar, de 23 años, detrás de las ruinas de una habitación ennegrecida por las llamas, que lo aplastó al recibir el impacto de un misil. Tiene la cabeza encogida y denegrida. En otro vemos cinco hombres cubiertos con mantas; llevan varios días muertos.

Un joven callado y de aspecto triste, llamado Kamal Anis, nos sirve de guía por este lugar arrasado, cubierto por los pedazos de lo que un día fueron casas, goma-espuma, jirones de ropa, zapatos, latas, juguetes. De pronto se detiene. "Esto", dice señalando con el dedo, "es una tumba colectiva."

Nos quedamos parados mirando la montaña de escombros. Nos dice que aquí vio como los soldados israelíes amontonaron 30 cadáveres detrás de una casa medio destruida. Una vez apilados los cuerpos, derribaron la casa con la excavadora para que quedaran enterrados bajo los escombros. A continuación apisonaron la zona con un tanque. No podíamos ver los cuerpos. Pero los olíamos.

Hace unos pocos días, tal vez no hubiéramos creído lo que nos cuenta Kamal Anis. Pero las descripciones que habían dado los numerosos refugiados huidos del campo de Yenín no eran exageraciones (como muchos temíamos y los israelíes nos querían hacer creer) sino todo lo contrario: aquellas descripciones se quedaban cortas, y no me habían preparado para lo que vi ayer. Ahora los creo.

Hasta hace dos semanas había varios centenares de casas pegadas unas a otras en este barrio llamado Hanat al-Hauashim. Hoy ya no existen.

Alrededor de las ruinas centrales hay muchos cientos de viviendas parcialmente destruidas. La mayor parte del campo -que albergaba a 15,000 palestinos refugiados de la guerra de 1948- se está derrumbando. Todas las paredes están quebradas y moteadas con los agujeros de balazos y metralla, testimonio del terrible poder destructivo de los helicópteros Cobra y Apache que atacaron este campo.

Un edificio tras otro han sido destrozados, con sus muebles baratos de madera falsa y sillas de plástico blanco esparcidos por la carretera. Cada dos edificios se ve la marca enorme y chamuscada del impacto de un misil de helicóptero. En la noche de ayer había aún muchas familias y niños llorando, viviendo entre las ruinas, aislados de la ayuda humanitaria. De manera inquietante, no vimos a ningún herido, aunque nos informaron que un hombre había sido rescatado de entre las ruinas una hora antes de que llegáramos.

Los que no huyeron del campo o no fueron detenidos por el ejército se refugiaron en los sótanos, donde soportaron el horror de los bombardeos un día tras otro. Los soldados entraban en las casas derribando los muros, y forzaban a algunos a meterse en otras habitaciones. Naciones Unidas indica que la mitad de los residentes del campo tenía menos de 18 años. Mientras caía sobre estos mataderos el silencio del fin de la tarde, oímos de pronto las voces de niños hablando unos con otros. Las mezquitas, antes tan bulliciosas en la hora del rezo, estaban calladas.

Israel estaba, aún ayer, tratando de ocultar este espectáculo. Durante casi una semana negó la entrada a las ambulancias de la Cruz Roja, en violación de la Convención de Ginebra. Ayer seguían todavía intentando mantenernos fuera del campo.

Yenín, en el extremo norte de la ocupada Cisjordania, seguía siendo una 'zona militar cerrada', rodeada por tanques Merkava, patrullas de jeeps del ejército y vehículos acorazados de transporte de personal. El día anterior, el ejército israelí seleccionó a algunos periodistas y los llevó a visitar zonas adecentadas del lugar. Nosotros sencillamente fuimos caminando campo a través, nos escabullimos con disimulo por un pequeño olivar que dos tanques israelíes no estaban vigilando en ese momento, y entramos en el campo

Nos fuimos guiando por manos que nos hacían señas desde las ventanas. Gente escondida, hablando en murmullos, nos señalaba el camino por callejones estrechos, por donde creían que no habría soldados. Cuando había soldados cerca, alguien levantaba un dedo de aviso, o nos hacía un gesto para que retrocediéramos. Gentes ansiosas por contar lo que había ocurrido nos daban la bienvenida. Hablaban de ejecuciones, excavadoras demoliendo casas con la gente todavía dentro. "Esto es una matanza de Ariel Sharon," dijo Jamel Saleh, de 43 años. "Nuestro odio por Israel es más fuerte que nunca. Mire este muchacho". Apoyó la mano en la cabeza despeinada de un niño pequeño, Mohamed, de ocho años, hijo de un amigo. "Él vio toda esta maldad. Se acordará de todo." Y todos los demás se acordarán también, todos los que vieron el horror del campo de refugiados de Yenín. Los palestinos que entraron ayer en el campo estaban tan atónitos que apenas podían hablar.

Rajib Ahmed, del departamento de Energía de la Autoridad Palestina, vino a reparar las líneas de suministro eléctrico. Se estremecía de furia. "Esto es una matanza. Vine aquí para ayudar, pero lo único que he encontrado ha sido esta devastación. Mire y vea con sus ojos." Todos tenían el mismo mensaje: "dígaselo al mundo".

Volver al índice



Título original: Amid the Ruins of Jenin The Grisly Evidence of a War Crime

Autor: Phil Reeves

Origen: The Independent, 16 de abril de 2002

Traducido por Francisco González y revisado por Germán Leyens





Entre las ruinas de Yenín: la terrible evidencia de un crimen de guerra
Phil Reeves
Yenín. Un monstruoso crimen de guerra que Israel ha intentado ocultar durante dos semanas ha sido por fin puesto al descubierto. Sus tropas han arrasado el centro del campo de refugiados de Yenín, adonde llegó ayer el diario The Independent y donde miles de personas están todavía viviendo entre las ruinas.

Un área residencial de unos 130.000 metros cuadrados, de aproximadamente 800 m de ancho, ha sido completamente demolida. Las excavadoras han amontonado escombros en pilas de hasta 10 metros de altura. El aire está impregnado del olor empalagoso y horrendo de la putrefacción de cadáveres, prueba de que estamos en una tumba humana. Los habitantes que pasaron varios días escondidos en sótanos --apretujados unos contra otros mientras explotaban las bombas-- dicen que hay cientos de cadáveres enterrados bajo un campo de escombros entrecruzado por las huellas de los tanques.

En un edificio cercano, medio destruido y quemado, yace cubierto por una manta de tartán el cuerpo de un hombre arrojado allí por una explosión. En otro encontramos los restos de Ashraf Abu Hejar, de 23 años, detrás de las ruinas de una habitación ennegrecida por las llamas, que lo aplastó al recibir el impacto de un misil. Tiene la cabeza encogida y denegrida. En otro vemos cinco hombres cubiertos con mantas; llevan varios días muertos.

Un joven callado y de aspecto triste, llamado Kamal Anis, nos sirve de guía por este lugar arrasado, cubierto por los pedazos de lo que un día fueron casas, goma-espuma, jirones de ropa, zapatos, latas, juguetes. De pronto se detiene. "Esto", dice señalando con el dedo, "es una tumba colectiva."

Nos quedamos parados mirando la montaña de escombros. Nos dice que aquí vio como los soldados israelíes amontonaron 30 cadáveres detrás de una casa medio destruida. Una vez apilados los cuerpos, derribaron la casa con la excavadora para que quedaran enterrados bajo los escombros. A continuación apisonaron la zona con un tanque. No podíamos ver los cuerpos. Pero los olíamos.

Hace unos pocos días, tal vez no hubiéramos creído lo que nos cuenta Kamal Anis. Pero las descripciones que habían dado los numerosos refugiados huidos del campo de Yenín no eran exageraciones (como muchos temíamos y los israelíes nos querían hacer creer) sino todo lo contrario: aquellas descripciones se quedaban cortas, y no me habían preparado para lo que vi ayer. Ahora los creo.

Hasta hace dos semanas había varios centenares de casas pegadas unas a otras en este barrio llamado Hanat al-Hauashim. Hoy ya no existen.

Alrededor de las ruinas centrales hay muchos cientos de viviendas parcialmente destruidas. La mayor parte del campo -que albergaba a 15,000 palestinos refugiados de la guerra de 1948- se está derrumbando. Todas las paredes están quebradas y moteadas con los agujeros de balazos y metralla, testimonio del terrible poder destructivo de los helicópteros Cobra y Apache que atacaron este campo.

Un edificio tras otro han sido destrozados, con sus muebles baratos de madera falsa y sillas de plástico blanco esparcidos por la carretera. Cada dos edificios se ve la marca enorme y chamuscada del impacto de un misil de helicóptero. En la noche de ayer había aún muchas familias y niños llorando, viviendo entre las ruinas, aislados de la ayuda humanitaria. De manera inquietante, no vimos a ningún herido, aunque nos informaron que un hombre había sido rescatado de entre las ruinas una hora antes de que llegáramos.

Los que no huyeron del campo o no fueron detenidos por el ejército se refugiaron en los sótanos, donde soportaron el horror de los bombardeos un día tras otro. Los soldados entraban en las casas derribando los muros, y forzaban a algunos a meterse en otras habitaciones. Naciones Unidas indica que la mitad de los residentes del campo tenía menos de 18 años. Mientras caía sobre estos mataderos el silencio del fin de la tarde, oímos de pronto las voces de niños hablando unos con otros. Las mezquitas, antes tan bulliciosas en la hora del rezo, estaban calladas.

Israel estaba, aún ayer, tratando de ocultar este espectáculo. Durante casi una semana negó la entrada a las ambulancias de la Cruz Roja, en violación de la Convención de Ginebra. Ayer seguían todavía intentando mantenernos fuera del campo.

Yenín, en el extremo norte de la ocupada Cisjordania, seguía siendo una 'zona militar cerrada', rodeada por tanques Merkava, patrullas de jeeps del ejército y vehículos acorazados de transporte de personal. El día anterior, el ejército israelí seleccionó a algunos periodistas y los llevó a visitar zonas adecentadas del lugar. Nosotros sencillamente fuimos caminando campo a través, nos escabullimos con disimulo por un pequeño olivar que dos tanques israelíes no estaban vigilando en ese momento, y entramos en el campo

Nos fuimos guiando por manos que nos hacían señas desde las ventanas. Gente escondida, hablando en murmullos, nos señalaba el camino por callejones estrechos, por donde creían que no habría soldados. Cuando había soldados cerca, alguien levantaba un dedo de aviso, o nos hacía un gesto para que retrocediéramos. Gentes ansiosas por contar lo que había ocurrido nos daban la bienvenida. Hablaban de ejecuciones, excavadoras demoliendo casas con la gente todavía dentro. "Esto es una matanza de Ariel Sharon," dijo Jamel Saleh, de 43 años. "Nuestro odio por Israel es más fuerte que nunca. Mire este muchacho". Apoyó la mano en la cabeza despeinada de un niño pequeño, Mohamed, de ocho años, hijo de un amigo. "Él vio toda esta maldad. Se acordará de todo." Y todos los demás se acordarán también, todos los que vieron el horror del campo de refugiados de Yenín. Los palestinos que entraron ayer en el campo estaban tan atónitos que apenas podían hablar.

Rajib Ahmed, del departamento de Energía de la Autoridad Palestina, vino a reparar las líneas de suministro eléctrico. Se estremecía de furia. "Esto es una matanza. Vine aquí para ayudar, pero lo único que he encontrado ha sido esta devastación. Mire y vea con sus ojos." Todos tenían el mismo mensaje: "dígaselo al mundo".

Volver al índice

Add Your Comments
We are 100% volunteer and depend on your participation to sustain our efforts!

Donate

$110.00 donated
in the past month

Get Involved

If you'd like to help with maintaining or developing the website, contact us.

Publish

Publish your stories and upcoming events on Indybay.

IMC Network